Desde finales de la Baja Edad Media europea, se fue consolidando en el argot popular delviejo continente la expresión “El rey ha muerto, ¡Viva el rey!”. Con esta proclamación se pretendía dejar claro que, tras el fallecimiento de un rey, no cabía plantearse el vacío de poder o una posible remodelación institucional, sino que un nuevo rey tomaba el relevo del cargo de forma instantánea.
Desgraciadamente, el Occidente liberal como movimiento cultural ha perdido su liderazgo entre la población desde hace décadas. Mediante un proceso de erosión, primero por goteo, en los últimos tiempos ya en forma de tsunami, los componentes ideológicos, culturales e institucionales que han conformado la esencia del Occidente liberal se han ido difuminando de manera rotunda. La sección más adulta de la sociedad civil, dedicada al trabajo y a sus asuntos personales, ha mirado hacia otro lado mientras las nuevas generaciones, culturalmente en manos de las fuerzas del nihilismo y la extrema izquierda, se han ido nutriendo e intoxicando de un sentido de vida absolutamente hostil e incompatible con las formas de vida occidentales. La crisis económica que ya estamos sufriendo generada por la pandemia ha supuesto el remate final para el sistema. Lo que dábamos por seguro aquellos que valoramos la libertad y riqueza occidentales ya no es sino el reflejo de luz que nos llega de una estrella que en realidad ya ha muerto: la primacía cultural occidental ya no existe. Pero no debemos desanimarnos, sino recapacitar sobre el qué y por qué hemos perdido, retomar fuerzas y gritar bien fuerte: ¡Viva Occidente!
El capitalismo no creó la producción, sino que, como indicaba el gran Ludwig von Mises, inventó “la producción en masa para las masas”. De forma análoga, Occidente no inventó la libertad política, ni el pensamiento racional, ni el comercio, ni siquiera la ciencia; pero sí las implementó de forma masiva en la sociedad civil. Expresaba Ayn Rand en una de sus últimas conferencias que la electricidad ya era conocida y utilizada en el antiguo Egipto, pero no fue hasta la llegada del genio revolucionario industrial cuando su uso implicó la mejora de vida de toda la población general. Durante siglos, como afirmaba Isabel Paterson, la libertad era una cuestión aristocrática de estatus obtenido mediante la fuerza; es un producto ideológico occidental, en cambio, la sociedad “contractual”, basada en el respeto a los derechos de todos en general. Nunca han faltado en todas las épocas filósofos, pensadores y guardianes de conocimiento y sabiduría; pero el acceso masivo a la información y el conocimiento es un fenómeno innovador de Occidente.
La riqueza y libertad occidentales son efectos que poseen una causa: nuestra filosofía de vida occidental. Todo sistema filosófico tiene cinco pilares: una metafísica; una epistemología; una ética; una visión política; y una visión estética.
Metafísicamente, Occidente es idealista; se fundamenta en la idea de que la realidad es más compleja que las meras percepciones simples sensoriales. Esto permite abrir el abanico de las cosas que existen al libre albedrío, el Bien y la virtud. El sustrato material que ha encapsulado esta metafísica es la tradición judeocristiana; su principal enemigo, el materialismo, doctrina oficial de las enseñanzas universitarias, de letras y ciencias.
Epistemológicamente, Occidente se fundamenta en la armonía de la razón y la fe, ambas válidas. ¿Qué se enseña en nuestras universidades y se destila en nuestros programas de
TV? Que ambas son inválidas; las emociones y las subjetividades, individuales y colectivas, “construyen la realidad”, en lugar de ajustarse a ella.
Éticamente, Occidente afirma, basándose en su metafísica y epistemología, que, como tanto el libre albedrío como la capacidad de conocer objetivamente existen, los principios morales y virtudes existen y se pueden conocer racionalmente. La moralidad no es una arbitrariedad cultural, sino algo intrínseco a la naturaleza humana que las culturas aciertan o no en identificar. Los tres principios esenciales éticos occidentales son: no matarás; no robarás; amarás a los demás como a ti mismo.
Políticamente, Occidente afirma dos principios esenciales: la soberanía individual, fundamentada de forma explícita durante la Ilustración con las teorías sobre derechos naturales individuales frente al Estado, destacando los de la vida y la propiedad privada; y la dignidad de todos los individuos, lo que implica una actitud de benevolencia y empatía hacia los demás. Pero estos dos principios deben de ser armónicos, y nunca justificar con el segundo el aplastamiento del primero.
Derivada de esta Política, la Política Económica occidental se fundamenta en el Capitalismo: la libertad de producción e intercambio entre las personas, con la salvaguarda de la defensa de la propiedad y respeto a los contratos. Es más, el Capitalismo es el responsable directo de que todas estas premisas culturales, al enriquecer a toda la población y liberarla de la esclavitud feudal y aristocrática, pudieran materializarse y propagarse de forma generalizada.
Estéticamente, el fenómeno más esencial de Occidente es el Romanticismo, entendido en el sentido de la Poética de Aristóteles y renovado de forma más explícita por Ayn Rand: la recreación en lo heroico y en las cosas tal y como podrían y deberían ser. El lodazal cultural actual magnifica el Naturalismo, la recreación en lo mediocre, lo extraño, lo marginal, lo anecdótico, incluso lo tenebroso, sin ninguna guía de lo ideal.
Si queremos salvar y seguir disfrutando de la riqueza y libertad occidentales, debemos resucitar culturalmente el sistema filosófico sobre el que se sustentan: el sentido de vida occidental. Debemos hacerlo, además, con un sentido de superioridad y de autoestima sobre los nihilistas y la izquierda que los deje desnudos ante su sinrazón y falta de fundamento. ¿Quién representa y materializa mejor que nadie hoy en día esta visión de superioridad? Donald Trump. Por encima de todas las tramas de corrupción del partido demócrata y de los tejemanejes globalistas, el odio hacia Trump se fundamenta en su imperturbable autoestima y su implacable defensa del sentido de vida occidental. Es por ello que, desde estas líneas, deseamos profundamente su victoria electoral este 3 de noviembre como primer paso hacia una resurrección de la cultural occidental entre la sociedad civil.