Vivimos un tiempo de desmedida exaltación –rozando el histerismo- de todo aquello que tenga relación con el género femenino. La estética, las prendas de vestir, la aptitud, los valores, la producción artística… deben pertenecer al universo de la mujer para que sean bien aceptados en nuestra sociedad avanzada. Evidentemente, como toda manipulación contemporánea, esta corriente de pensamiento tiene una finalidad oculta y torticera. Si esta nueva doctrina buscase la integración de ambos sexos se produciría también una incorporación de los valores que representa el hombre –competitividad, fuerza, protección, acción- al universo opuesto. Sin embargo, la ideología feminista no va de esto, no va de complementarnos, va de enfrentarnos y, sobre todo, de extirpar la fuerza viril de los ciudadanos de las naciones occidentales. Una sociedad sin empuje, sin arrojo, sin valentía –valores bilógicamente asociados a la masculinidad- es mucho más sencilla de manejar desde las élites globales, de eso va realmente el feminismo.
Siguiendo esta línea, la historiografía contemporánea se ha afanado en recuperar la biografía de cualquier mujer que haya tenido alguna relevancia en la cronología de la Humanidad para elevarla a la categoría de mito. Como muy bien saben quienes controlan estos resortes de ingeniería social las causas para hacerse más visibles necesitan héroes y –mucho mejor- mártires. Lo relevante no es el compromiso humanitario en sí mismo, lo importante es el efecto que produce ese tema concreto en los medios de comunicación, las redes sociales y -en última instancia- en el estado de ánimo de la comunidad. Llegados a este punto es cuando se descubre la doblez que esconden todas estas luchas pseudosolidarias que aparecen y desaparecen de los telediarios. El cuidado del planeta, la defensa de los animales, el compromiso con el pueblo palestino, los problemas raciales en Estados Unidos o la lucha LGTBI entran y salen del inconsciente colectivo según le convenga a quienes controlan la opinión pública. Son una serie de temas patrimonializados por la izquierda que son agitados según convenga a la agenda política. En el caso concreto que nos ocupa, no se trata de defender a la mujer en general, no se trata de recuperar la memoria de aquellas féminas que destacaron por su coraje, en absoluto, se trata de ensalzar exclusivamente a aquellas biografías que sirven para afianzar el relato de la corrección política.
El caso de Isabel I de Castilla (1451-1504) es un claro ejemplo de esta discriminación deliberada de los altares progresistas de una mujer que ejerció el poder, marcó una época y miró a los hombres, no solo de igual a igual, sino por encima del hombro. Durante su reinado se finalizo la reconquista de la península -setecientos años después de la invasión musulmana-, se descubrió el Nuevo Mundo, se inicio la expansión del cristianismo por medio planeta, se constituyó el estado moderno -limitando algunas prerrogativas de la vieja nobleza-, se consolido la presencia española en Italia y se puso la primera piedra para el nacimiento de una de las naciones más antiguas de Europa. Ella fue el primer monarca que se preocupo por los derechos de los indígenas -otra gran causa actual- y expulso a los judíos –uno de los injustos origenes de su leyenda negra- mucho después de que lo que lo hicieran Inglaterra (1290), Francia (1306,1321,1394), Austria (1421), Parma o Milán. Sin la intervención de esta Reina, el presente de la península ibérica, de la itálica, de América y de la Fe Católica no sería el mismo. ¿Han visto ustedes reivindicar su figura por alguna de las feministas que tanto buscan referentes de mujeres insignes en la historia de la Humanidad?