A excepción de unos pocos días de octubre de 1962, cuando Kennedy ordenó a la marina norteamericana impedir el desembarco de misiles atómicos soviéticos en la isla, Cuba nunca ha estado “bloqueada,” tal como reza el clamor arquetípico de la izquierda cuando alza la voz en defensa del régimen de La Habana. Excepto con Estados Unidos, ha podido comerciar libremente con todos los demás países, cuyos barcos nunca fueron entorpecidos por nadie para llegar a puertos cubanos a descargar mercaderías.
Cuba tiene como principal fuente de ingresos el turismo, en especial el de Estados Unidos. Los hoteles son en su mayor parte de empresas españolas, y tienen casinos flotantes a 12 millas de la costa porque en la isla está prohibido el juego. La segunda fuente de ingresos proviene del dinero que los cubano-estadounidenses mandan a sus parientes que viven en el “territorio libre de América.” Cuba no está bloqueada. Sólo está embargada por Estados Unidos como represalia por los bienes de ese país confiscados por Fidel Castro, que fue lo primero que hizo cuando llegó al poder.
¿A qué se debe, entonces, la pobreza crónica de Cuba? Al monumental fracaso del modelo económico comunista. La pobreza cubana debe buscarse en un inherente autobloqueo propio de ese desastroso sistema, y no en causas externas. De hecho, las causas externas son las que están ayudando a este país, como el mencionado turismo norteamericano. Y salvo el país del norte, Cuba puede adquirir los bienes que necesita en todo el mundo. No lo hace por la simple razón de que no tiene con qué. Después de medio siglo de dictadura Castro-comunista (y que aún hoy, salvo algunos suaves y apenas perceptibles matices de cambio, continúa), Cuba es un país quebrado. El “bloqueo” es un mito inventado por una dictadura cavernícola que pretende justificar así su fracaso.
Después de una dictadura que ha hecho manejos desastrosos de la economía, que ha empleado gigantescos recursos en equipar el ejército más poderoso de América después del de Estados Unidos, que ha patrocinado organizaciones subversivas por todo el continente incluyendo la Argentina, que ha sacrificado a sus jóvenes en guerras estúpidas e inútiles como las de Angola y Mozambique en la década del ’70, que mantiene el más asfixiante verticalismo, que persigue sistemáticamente toda forma de libertad individual, que fomenta la delación de unos cubanos contra otros, Cuba ha sido reducida a un fantasma de país. Son estas “políticas de estado” lo que han hecho de Cuba lo que es hoy. Ese es el verdadero bloqueo; un bloqueo que no viene precisamente del norte, como el viento.
Cuba se encuentra bajo una dictadura que no ha hecho otra cosa que mentir, perseguir, censurar, racionar, encarcelar y fusilar a sus súbditos. ¿Qué miedo tiene el régimen de aceptar la libertad y la democracia y permitir que los cubanos elijan libremente lo que quieran para sus vidas?
El bloqueo cubano se va a acabar el día que Miguel Díaz-Canel llame por fin a elecciones. Esa es la única y verdadera explicación. Todo lo demás son cuentos chinos.
Lo que Cuba necesita no es que le permitan comerciar con Estados Unidos -¿con qué lo haría?- sino que Estados Unidos la subvencione y la ayude a ponerse de pie. Tiene que haber un nuevo Plan Marshall.
Para todos los que estamos convencidos de que toda dictadura –de izquierda o de derecha – es abominable, el mal absoluto de un pueblo, la mejor manera de demostrar solidaridad y compasión por el pueblo que la padece es ayudarlo, por todos los medios posibles, a acabar cuanto antes con ella. Es la manera de ayudar a los disidentes, a los que se juegan la vida combatiéndola.