Más que mediático ha sido el traslado de residencia del famoso “youtuber” Rubén Doblas (El Rubius) a nuestro país vecino, Andorra. Con asombro, hemos asistido a una ofensiva nunca vista de insultos y acusaciones a este chico joven, de treinta años de edad por parte de algunos medios de comunicación (llamémosle clásicos) e incluso de algunos miembros del gobierno de nuestro país; el propio Vicepresidente Segundo del gobierno, Pablo Iglesias, ha criticado su decisión de irse de España.
Importante es el hecho de que no es la primera vez que alguien que obtiene unos ingresos elevados “huye” de la presión fiscal española, pero aún más importante y evidente es que “El Rubius” no será el último; vendrán muchos más.
La machacona soflama de que los impuestos son para pagar “las carreteras por donde conducimos”, “los hospitales que nos atienden a nosotros y a los nuestros” y “la educación que recibimos y recibirán nuestros hijos” unido al antiguo discurso de que “marcharse de España para no pagar impuestos es egoísta e insolidario, sumado a la guinda de que “los impuestos que no pagas será el dinero que faltará para un tratamiento de cáncer” han perdido cualquier credibilidad. El discurso sentimentalista no es más que populismo sin contenido alguno. De hecho, el sentimentalismo es la antesala de cualquier tiranía. Un gestor de los recursos públicos no está para emocionarnos sino para gestionar el dinero del contribuyente de forma efectiva y transparente. No hay más.
Todos y cada uno de estos argumentos, visto el estado de nuestro sistema de Seguridad Social (una auténtica estafa piramidal, aunque esto es harina de otro costal) y los pilares de nuestro “ Estado de Bienestar” (entrecomillo muy a propósito), decaen atendiendo a varias cuestiones que considero capitales.
En primer lugar, es un hecho consolidado que por más que se suba el gasto en Educación, como se ha ido haciendo durante los últimos años, el sistema de educación público español está a la cola de los países europeos. El informe del Foro Económico Mundial de 2018 sitúa la educación en España en el puesto 38 de 137, quedando por debajo de Indonesia o Brunei, entre otros. Muy por debajo de los dos primeros, Suiza y Singapur. Parece obvio que no es un problema de financiación sino de eficiencia.
En relación con la sanidad, no podemos negar la calidad de la sanidad pública española, que según la Organización Mundial de la Salud, en el año 2015 estábamos en el puesto 7 dentro de los 25 países con mejor sanidad pública del mundo. En el año 2017 bajamos hasta el puesto 23 (17 por debajo del informe anterior). Pues bien, desde el año 2012 el gasto en Sanidad no ha hecho más que incrementarse. Sin embargo, no solo nuestra Sanidad ha ido perdiendo calidad sino que el porcentaje de satisfacción de los pacientes (otro elemento que se analiza en el informe) no ha hecho más que reducirse. Una vez más, ¿problema de gasto o de eficiencia?.
Acabando con el asunto de las pensiones, y sin entrar en el fondo de la cuestión, simplemente remarco una idea; en el año 2014, el gasto en pensiones fue del 10,5% del PIB.
Si sumamos el porcentaje de gasto de Educación, Sanidad y Pensiones, no alcanzamos el 35% del PIB. No olvidemos que el resto del PIB; y esto teniendo en cuenta que el presupuesto en las tres partidas ha ido incrementándose paulatinamente ejercicio tras ejercicio. No, no se trata de un problema económico sino de eficiencia y de gestión. Hasta que la gestión de la Administración pública no sea tratada como un enorme ente privado, no podremos salir del monstruoso y malicioso bucle en el que nos encontramos.
Sin entrar a fondo con los conceptos de solidaridad o Justicia (para este último, aconsejo leer a John Rawls), parto de una premisa básica; el término “solidaridad” lleva intrínseca la voluntariedad. De lo contrario, nos encontraríamos ante una solidaridad impuesta, que no es otra cosa que “imposición”. Cuán dicotomía tan burda sería afirmar que “hay que ser solidario pagando impuestos”, como si pagar impuestos fuera una opción y no una imposición. Cosa distinta sería que quien quiera pagar más, lo haga.
En realidad, la fiscalidad en España se ha convertido en una auténtica enfermedad de obligado cumplimiento y bajo la supervisión de un Estado insaciable de recaudación, y por ende, de gasto; ¿gasto en qué? En cualquier cosa, por descabellada que sea, pero en gasto.
Dicha patología acarrea la expoliación sistemática del ciudadano que genera riqueza, disfrazada de moralidad en cuanto al fondo, desde pagar por el mero hecho de ser propietario de un inmueble hasta por ecologismo (eufemísticamente llamado impuesto verde) en cuanto a la forma. A mayor sinsentido del pago de un impuesto, véase el pago por el mero hecho de estacionar un vehículo en la calle (zona azul), la exigencia de pago del mismo se anuncia con voz más sólida. Y el Estado se auto proclama moralmente legitimado para el cobro del mismo (aunque lo haga a través de una empresa privada).
La columna vertebral de este asunto sería empezar afirmando que no le debemos nada al Estado. No es nuestro padre ni nuestro protector ni nuestro guía, ni queremos que lo sea.
Ante tal esperpéntico panorama, una persona que gracias a una mezcla de talento, suerte y esfuerzo (podemos distribuir los porcentajes como queramos) está generando una facturación envidiable con su trabajo sin que nadie le haya ayudado, ve como la mano de la omnipotencia Estatal le arrebata alrededor de un 60% de sus ingresos (entre impuestos directos e indirectos) decide trasladarse a otro país donde incentivan que aterrice “con los brazos abiertos”, dejándole generar la riqueza que legítimamente está generando mes tras mes para residir allí y disfrutar de unos servicios igual o incluso superiores a los que les ofrece España.
Algunos le han tachado de anti patriota. Lo digo muy claro, para izquierda y derecha: ser patriota (a diferencia de pagar impuestos) es algo que se elige. Cualquiera de nosotros podemos elegir libremente ser o no ser patriotas. A mayor abundamiento, podemos decidir qué entendemos por patriotismo.
Permitir que te arrebaten día a día lo generado únicamente por ti mientras se suele dar la circunstancia de que los que más aportan normalmente son los que menos consumen de esos servicios públicos que tanto defienden algunos, contribuyendo al incremento exponencial del Estado, y por ende, al incremento de su poder sobre la libertad individual. Algunos llaman a esto ser patriota, yo lo llamo ser un necio.
En cualquier caso, e incidiendo en la idea anterior, señalar como “antipatriota” al que intenta pagar menos impuesto de manera totalmente legal, yéndose a un país con una presión y un esfuerzo fiscal inferiores, es asumir que quien lo hace debe de someterse al “patriotismo”, concretamente, al que ellos entienden, pero igualmente debe de someterse.
Este tipo de planteamientos totalitarios y sectarios se estudiaban y fomentaban en “Formación del Espíritu Nacional”, asignatura que se cursaba durante el régimen Franquista. Paradójicamente, los adalides de este nuevo patriotismo son los mismos que tanto odian ésta parte de la Historia que cada vas más lejos encauzan. ¡Pero ay del que ponga en duda la legitimidad del sistema! Se disfrazarán de su peor enemigo con tal de defenderlo y legitimarlo. Es hora de que los españoles, de una vez por todas, dejemos claro lo que queremos: menos Keynes y más Rothbard.